Las magnitudes físicas, tales como tiempo, fuerza, campo, núcleo atómico, electrón, bosón, etc. no se refieren directamente a entidades reales, sino que simbolizan objetos idealizados. Con la evolución de las teorías, las magnitudes se adaptan a nuevos fenómenos. Así, la noción de energía, definida inicialmente en mecánica, amplía su campo de significación en termodinámica y electricidad. El conjunto de los conceptos básicos y de los desarrollos posteriores forman una estructura simbólica que describe los fenómenos naturales mediante modelos idealizados.
La «física teórica», a pesar de que se aleja de la realidad material observada, mantiene su coherencia formal. Aunque, no sea posible captar la experiencia sensible y a pesar de que algunos enunciados sean incompatibles con la lógica natural, mantiene cierta vinculación con la realidad experimental. En ese sentido, las teorías físicas son útiles por sus aplicaciones y mediante imágenes y analogías nos permiten captar aspectos de los fenómenos naturales. Así, pues, el lenguaje simbólico vincula medidas experimentales (datos numéricos) con magnitudes definidas. De este modo, mediante experimentación, operaciones matemáticas referidas a un modelo, es posible captar algunas de las estructuras de la materia. Si bien, no siempre es posible obtener un significado comprensible mediante el lenguaje no científico.
A este respecto, el «Principio de Complementariedad», postulado por Bohr, es un ejemplo ilustrativo. El físico danés adoptó una actitud pragmática, para superar la antítesis que planteaba la doble identidad onda-corpúsculo. Admitió la necesidad de contar con ambas identidades (contradictorias para la lógica común) que, sin embargo, proporcionan una imagen comprehensiva de la realidad física experimental. No hay en esa decisión ninguna justificación lógica y sólo cabe admitirla por su eficacia simbólica.
El «Principio de Complementariedad» no tiene un significado literal que refleje la realidad en ese ámbito de la microfísica. No muestra de modo literal cómo suceden los hechos, ni se refiere directamente al comportamiento de entes reales, sino que, es una representación artificial que capta, parcialmente y en sentido figurado, la «realidad» natural en una dimensión microscópica. Por lo cual se justifica el comentario del filósofo Evandro Agazzi, al referirse al modelo atómico:
«[Cuando un científico] habla del átomo como de un pequeño sistema planetario con los electrones que recorren órbitas cuantificadas en torno al núcleo, no pretende sostener con ello que las cosas ocurran efectivamente de este modo en ‘rerum natura'».
Agazzi, E. (1978): 58., Temas y problemas de filosofía de la física. Herder. Barcelona.
En resumen, la naturaleza simbólica del lenguaje físico se impone, desde los primeros pasos de la física clásica con Galileo y se hace más patente en «física teórica», al adoptar un complejo formalismo matemático. A nuestro modo de ver, fue Einstein quien sentó las bases de este desarrollo simbólico al prescribir las llamada «hipótesis de equivalencia», equiparando los significados de pares de magnitudes diferentes: masa inercial y masa gravitatoria; masa y energía; atracción gravitatoria y movimiento acelerado; dimensión temporal y dimensión espacial.

