A lo largo de estas páginas, hemos puesto de manifiesto, con ejemplos notables, la eficacia del método científico. Transcurridos más de cuatro siglos desde el origen del método científico, el mismo progreso de las teorías físicas constituye una prueba empírica de la capacidad humana para leer el «Libro de la Naturaleza» y trazar una imagen inteligible del cosmos. Los descubrimientos junto con sus numerosos desarrollos técnicos revelan que la naturaleza es una fuente inagotable de conocimiento disponible a la observación y experimentación científica. También se comprueba que el medio que nos rodea puede ser, en parte, modificable, aunque sea inalterable en su integridad esencial. En esa compleja estructura perdurable encuentran su fundamento las leyes físicas, como las que rigen y ordenan el sistema solar o las ecuaciones que expresan formalmente las transmisión de las ondas electromagnéticas.
El universo material que en nuestros días la ciencia descubre es el Cosmos que los antiguos filósofos griegos concibieron hace siglos. Hoy día, gracias a las más avanzadas tecnologías de exploración espacial y a la teoría general de la relatividad, disponemos de una imagen más acabada del universo, siguiendo una representación geométrica. Aún así, se trata de un perfil incompleto trazado por la física con ayuda de la matemática, a partir de la experimentación y la creatividad.
Para el físico francés del siglo pasado, Pierre Duhem, la investigación científica es una constante confrontación entre naturaleza y razón. El desarrollo de la física incita a una continua lucha entre «la naturaleza que no se cansa de producir» y la razón que no quiere «cansarse de comprender».
Ante la enorme complejidad del universo, la ciencia experimental recurre a descomponerlo en piezas que analiza por separado y después trata de encajar en el conjunto. Así, por ejemplo, en las ciencias que se ocupan de la materia inanimada o en las que estudian la materia organizada, e incluso de la materia viva, en todas ellas, a pesar de las diferencias, existen características propias que denotan su inteligibilidad. Existe, pues, una coherencia interna propia de la naturaleza, que el filósofo de la ciencia M. Artigas ha subrayado:
«La naturaleza tiene una consistencia propia, y a ella se refieren las dimensiones ontológicas. Estas dimensiones existen con independencia de nuestro conocimiento, aunque sólo las descubrimos cuando adoptamos una perspectiva filosófica».
Artigas, M. (1992): 323. La inteligibilidad de la naturaleza. Eunsa. Pamplona.
Desde esa perspectiva, es razonable preguntar por la sintonía entre el modo de proceder de la naturaleza (su lógica de actuación) y la razón científica. O bien, ¿por qué se cumplen las previsiones teóricas? Ese hecho, ¿no sugiere la existencia de una armonía entre la razón científica y el orden natural?
El físico teórico Paul Davies explica tal sintonía asegurando que la actitud científica sensata es «esencialmente teológica»: «la ciencia únicamente puede proceder si el científico adopta una visión del mundo fundamentalmente teológica». Puesto que la ciencia requiere de modo implícito hacer un acto de fe para aceptar «la existencia de un orden natural similar a una ley inteligible para nosotros, al menos en parte». Estas afirmaciones, que son fruto de la propia experiencia, resultan tanto más convincentes, si se tiene en cuenta que proceden de un no-creyente confeso.
Entre el orden natural y la lógica científica existe una afinidad que revela un origen común. Una armonía que el joven Maxwell, estudiante en Cambridge, descubrió y analizó en una breve disertación filosófica dedicada a la «analogía»: Essay for the Apostles on Analogies in Nature [«Ensayo para los Apóstoles sobre la Analogía en la Naturaleza»]. Esa reflexión personal nació con motivo de un trabajo experimental que mostraba la concordancia entre los resultados experimentales y las previsiones teóricas. Más allá de los datos científicos, como filósofo de la naturaleza, Maxwell detecta una correspondencia entre el discurso de la razón y el orden natural del universo; fundamento último que garantiza el valor del método científico.

Famosa ilustración del libro de Camile Flamarion de 1888, que representa el descubrimiento de la Astronomía. (En la leyenda del pie se lee: un misionero medieval cuenta que había encontrado el lugar en el que el cielo y la Tierra se tocaban …
APENDICE 1. Idealizaciones

