Fuera de la ciencia

La experiencia ordinaria enseña que, aparte de las cuestiones científica, existen otras, como las económicas, estéticas, éticas, espirituales, etc. Por su índole no empírica, tales materias escapan a la visión científica, ya que no es posible aplicar el mismo método de las ciencias experimentales. Así, los instrumentos, que son aptos para conocer la estructura de la materia no lo son para indagar el universo inmaterial, que está regido por la noción de «valor». En él no existen imágenes sensibles que puedan describirse mediante el lenguaje matemático. En sentido contrario, las teorías científicas pueden ser sometidas al juicio que proviene de ámbitos externos, como el estético. Por ejemplo, la teoría de Newton es estimable no sólo por su eficacia técnica, sino también por la coherencia interna y su armonía en el conjunto de la ciencia. La estructura formal ordenada del movimiento planetario del sistema solar, por su precisión y sencillez, tiene un indiscutible valor estético, junto con con la eficacia científica. Este tipo de apreciación estética de la ciencia empírica es compartido por Einstein quien lo expresa en los siguientes términos:

«Es la experiencia más bella y profunda que se pueda tener… percibir que, tras lo que podemos experimentar, se oculta algo inalcanzable, cuya belleza y sublimidad sólo se puede percibir como pálido reflejo, es religiosidad».

Einstein, A. (1980): 35. Mis ideas y opiniones. A. Bosch. Barcelona.

En efecto, puede afirmarse que el estético es uno de los rasgos definitorios de una teoría válida, que muestra el ingenio y habilidad del autor que sabe trasladar a la construcción teórica, el orden de la naturaleza. En consecuencia, la ciencia experimental abarca una porción del mundo real menor que el que contiene los valores. Pues algunas teorías y leyes científicas, a su eficacia interna, añaden valores estéticos. Por el contrario, la ciencia empírica no posee recursos para enjuiciar valores estéticos, sociales o éticos, o bien, en palabras de Einstein: «si bien es cierto que la ciencia, en la medida en que capta conexiones causales, puede llegar a conclusiones significativas sobre la compatibilidad o incompatibilidad de objetivos y valoraciones, las definiciones independientes y fundamentales respecto a objetivos y valores quedan fuera de su alcance» (Einstein, 1980).

El filósofo neokantiano Ernst Cassirer (1874 – 1945), en «Las ciencias de la cultura», subraya dos diferentes ámbitos de conocimiento. Por un lado, el de los conceptos naturales y por otro el de los conceptos culturales. Los primeros son fruto de la ciencia empírica. Así, la noción «peso atómico» de un elemento químico procede de la aplicación de una ley, en virtud de la cual se construye la «Tabla periódica de los elementos». Por ejemplo, todo metal que posea el «peso específico del oro» será catalogado como tal. De esta forma, la ley general, «establece un criterio cuantitativo» para clasificar los casos particulares; por ejemplo, según la ley, el Oro, con el símbolo Au79 se incluye en la posición que le corresponde. A diferencia de los conceptos formados en las ciencias empíricas, los conceptos culturales no admiten el mismo grado de precisión que se exige en las ciencias experimentales. En las «ciencias de la cultura», como la estética o la ética, los criterios que se establecen sirven para ordenar lo particular dentro del universal, pero en estas ciencias, las categorías son menos precisas.

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