Ciencia y creencia

Ciencia y religión

Albert Einstein, en Ciencia y Religión, desde la más estricta convicción realista, distingue entre esas dos grandes regiones del pensamiento y de la acción humana. Por un lado, la ciencia da cuenta de lo que existe y por otro, de lo que debería ser, conforme a ciertos princpios.

«Es también evidente, sin embargo, que el conocimiento de lo que es no abre la puerta directamente a lo que debería ser. Uno puede tener el conocimiento más claro y completo de lo que es y no ser capaz sin embargo de deducir de ello lo que debería ser el objetivo de nuestras aspiraciones humanas».

Einstein, A. (2000): 37. Mis ideas y opiniones. Traducción: José M. Álvarez Flórez y Ana Goldar. Bon Ton, Barcelona.

El pensamiento filosófico de Einstein, excelente investigador de la realidad natural, va más allá del objeto de la ciencia empírica y señala el horizonte superior de las aspiraciones humanas. Es decir, reconoce que por encima del conocimiento científico existe el mundo no observable de los valores, entre los que se encuentran los valores religiosos, cuya indagación exige métodos diferentes.

La historia de la ciencia demuestra que ambos métodos nos son contrario, sino complementarios. Un buen número de biografías recogen testimonios de sus convicciones religiosas y de su valiosa actividad científica, demostrando así por vía de hecho la autonomía entre ciencia y la religión. Por el contrario, cuando se confunden los planos científico y religioso surge la confusión. En los primeros años del siglo XIX, el ateísmo agresivo de Thomas Huxley, perjudicando a ambas, quiso sustituir la fe cristiana por la teoría evolucionista de Darwin.

Ateniéndose a los hechos históricos comprobados, las creencias religiosas, lejos de ser un obstáculo para descubrir los misterios de la naturaleza, son un impulso para la investigación.

«Sólo pueden crear ciencia aquellos que están totalmente imbuidos en la aspiración a la verdad y el entendimiento. Esta fuente de sentimiento, sin embargo, brota de la religión. A ella también pertenece la fe en que las regulaciones válidas para el mundo de la existencia puedan ser racionales, es decir, inteligibles a la razón (…) la ciencia sin la religión está coja, la religión sin la ciencia está ciega[1]».

Citado en Lennox, J. (2016): pos. 1008 – 1013. Disparando contra Dios. Publicaciones Andamio, Barcelona.

La investigación científica es una búsqueda de la realidad, es decir de lo verdadero. Por eso, hay que admitir, al menos de modo implícito, que se admite la existencia de la verdad, lo cual no implica forzosamente un asentimiento religioso.

Sin embargo, algunos autores científicos no sólo rechazan tal opinión, sino que además, juzgan que las creencias religiosos son un peligro para el conocimiento científico; al que conceden el monopolio de la verdad. Así, el conocido biólogo evolucionista Richard Dawkins combate con acritud las creencias religiosas más respetadas en Occidente, dirigiendo sus escritos a difundir resentimientos, más que a ofrecer razonamientos.

Esa actitud radical ha provocado una reacción contraria entre algunos científicos, incluidos no creyentes, que reprueban tal forma de atacar las convicciones religiosas. Entre otros, Peter Ruse, filósofo de la ciencia en la rama de biología, considera que el talante axiomático suele esconder una posición insegura. El premio Nobel de física Peter Higgs (que se declara increyente) piensa que ciencia y religión no son incompatibles y rechaza la postura irrespetuosa y «fundamentalista» de Dawkins.

Pero, ¿qué razones científicas albergan los nuevos ateos para rechazar a las creencias religiosas? Según algunos autores, la fe religiosa no tiene cabida en la sociedad civilizada. Otros van más allá y la califican de peligro potencial que debe eliminarse. A este último grupo pertenece el Nobel en física Steven Weinberg, quien declara:

«El mundo necesita despertarse de la larga pesadilla de la religión… Los científicos deberíamos hacer todo lo que podamos para debilitarla, algo que sería, de hecho, nuestra mayor contribución a la civilización».

Citado en Lennox, J. (2016): pos. 282. Disparando contra Dios. Publicaciones Andamio, Barcelona.

Weinberg, prestigioso físico teórico, en esa materia, discrepa de Einstein y lamenta su actitud creyente que reconoce el valor superior de la religión. Ninguno de ellos, recurre a la ciencia para sustentar sus convicciones personales, aunque, la argumentación de Einstein está desprovista del tono categórico y beligerante del primero. Curiosamente, Weinberg tiene un irreductible fervor por la razón científica que le impulsa a creer en una presunta «Teoría final». Una posición intelectual que ha sido calificada por el filósofo italiano Giovanni Reale como una ontología encubierta.

«Al incluir en su discurso juicios no sólo ontológicos, sino también axiológicos, Weinberg acaba cayendo en una especie de criptoontología y en una especie de criptoética (…) [que] implica una precisa «metafísica nihilista», que supone la negación de un fin ontológico y axiológico de las cosas y la consiguiente negación del sentido ontológico y ético de la vida«.

Reale, G. (2005): 139. Raíces culturales y espirituales de Europa. Herder, Barcelona.

De nuevo la historia de los genios científicos y de sus descubrimientos, proporciona un amplio número de creyentes que contribuyeron al avance de la ciencia y al conocimiento del universo. Entre ellos, Galileo, Newton, Faraday, Maxwell, Einstein dejaron perenne constancia de sus respectivos descubrimientos a favor del progreso humano. Buena parte de su capacidad creativa se nutrió de ideas filosóficas y religiosas. Así, los escritos de Galileo demuestran una profunda formación bíblica y tradición escolástica, que no le impidieron mantener una postura intelectual a favor de la teoría heliocéntrica, descubierta, por cierto, por el católico polaco Copérnico y compartida, a su vez, por Kepler, luterano alemán.

Nota 1. Einstein debió rectificar su teoría de la relatividad, cuando Georges Lemaître (1894 – 1966), sacerdote y astrónomo belga, le mostró su propia teoría cosmológica: Un día que no tuvo un ayer, en contra de la antigua teoría del universo eterno. En ella afirmaba la existencia de un origen a antigua del universo eterno. La teoría del Big Bang de Lemaître consideraba un universo en expansión, que se anticipaba a la ley de Hubble, Einstein recelaba de esta explicación, ya que le recordaba la doctrina judeocristiana de la creación.

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