Modelo estándar de partículas
Por otra parte, la inasequible búsqueda de la unificación ha llevado a la elaboración del «Modelo Estándar de Partículas», que transfiere las propiedades matemáticas de «grupos de simetría» a un conjunto de entidades fundamentales. Tal modelo deja varias cuestiones no resueltas. Pues, a pesar de la pretensión de unificar las cuatro fuerzas (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil), como J. Baggot señala que el modelo no ha sido capaz de explicar «de dónde provienen esas fuerzas o por qué tienen la intensidad que se les asigna. Y tampoco explican por qué las partículas elementales sobre las que operan, y las que son portadoras de estas fuerzas, tienen las masas que tienen»[1].
En esta etapa del camino iniciado en el siglo XVI por Galileo, seguido por Newton, Maxwell, Einstein y por tantos otros científicos, la física actual ha llegado a una situación en la que muestra signos de desorientación. El desconcierto actual se advierte en muchos teóricos que impulsados por una fértil imaginación y dotados de notable habilidad matemática construyen teorías especulativas con nuevas entidades ajenas a la experiencia. Así, «universos paralelos», presuntas «partículas elementales», regiones de «materia y energía oscura». Todos esas creaciones teóricas, alojadas en complejas estructuras matemáticas, reclaman una supuesta realidad que debería ser comprobada experimentalmente. Lo cual requiere analizar los productos derivados de colisiones de partículas aceleradas en el Large Hadron Collider del CERN. En consecuencia, mediante teorías físico-matemáticas, se quiere predecir nuevas partículas que -al parecer- «debieran» existir en la naturaleza.

El Modelo Estándar de Partículas procede de una teoría desarrollada entre 1970 y 1973, basada en ideas de unificación y simetrías, que describe la estructura fundamental de la materia mediante partículas elementales irreductibles. A pesar de algunas predicciones comprobadas experimentalmente, aún existen algunas cuestiones sin resolver.
Por otra parte, es preciso preguntar, si los resultados obtenidos en la colisión de partículas existen en realidad, o más bien, son productos artificiales concebidos previamente en formulaciones teóricas. Es oportuno cuestionar, si la intromisión indiscriminada de artificios matemáticos que se equiparan a «objetos físicos»‛, podrán ser observados mediante experimentos de alta energía. ¿Acaso sería posible «detectar» el número π utilizando métodos experimentales, como se detectan las cargas eléctricas?
Podría afirmarse que, un cierto extravío metodológico, alimentado por algunas teorías, ha estimulado la imaginación extra-científica. Así, el filósofo austriaco Richard Dawid propugna la «comprobación teórica no empírica»[2]. Conforme a este inusual criterio, la observación no debe ser el único juicio para calificar el nivel de solvencia de una teoría y propone otros sustitutos válidos (según él) por ser «filosóficamente aceptables». Incluso, según Dawid, lo deseable del método científico es un medio que valorase las hipótesis basándose en «motivos puramente teóricos».
Nota 1. Baggott, J. (2013): pos. 3045-3047. Farewell to Reality: How Fairytale Physics Betrays the Search for Scientific Truth. Little, Brown Book Group. Edición Kindle.
Nota 2. Citado en S. Hossenfelder (2018): 33; pos. 607-611.

